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CROACIA - ruta del amor, ruta del odio Me cuesta asegurar que me gusten las ruinas, pero siempre encierran una lección.
Alguna bastante amarga como la que muestran las casas destruidas de la antigua república yugoslava.
Al hablar de la guerra, Isso, un empresario turístico de Dugui-Otok de 43 años, no puede evitar un escalofrío.
A pesar de que sólo participó en ella durante cuatro meses, su máxima ambición sería poder olvidarla trece años después.
Me contaba que acababa de llegar de Belgrado sin sentir ningún rechazo por el hecho de ser croata. Pero si las heridas
públicas se restañan, las personales distan mucho de estar cerradas [. . .]
Decimos que una idea es peregrina cuando transita entre la realidad y la ilusión, con el afán de acercar
aquella a esta, convirtiendo en real lo que hasta entonces era sólo imaginario. Esta actividad goza de muy mala prensa, a
no ser que el peculiar vista bata blanca y mire por un microscopio. [...]
Esto me ha recordado la cantidad de veces en las que no estamos a la altura de las circunstancias y no advertimos
las señales del mal de quien tenemos a nuestro lado. A veces las personas que nos importan no nos dejan estar allí cuando llega lo malo,
ellas se hacen dueñas de sus propias cargas y se niegan a compartirlas. Tenemos la tendencia a la ocultación, a tener secretos, a no
dar que hacer y ofrecer a los otros nuestra mejor cara por miedo a que si no lo hacemos así no nos quieran, y es justo lo contrario,
el amor es una espiral en la que es tan necesaria la risa como el llanto. Ambas son la esencia de la vida. Hecha de retales como los
que llenan la libreta que no supe guardar. ![]()
EL CAMINO INTERIOR - Los Templarios en la Ruta Jacobea Los templarios, con sus conceptos religiosos, intentaron influir positivamente un mundo lleno de carencias e injusticia. |
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JORDANIA - Un reino de cuento Entrar a Siq es como penetrar en el vientre de la historia y la leyenda, es el conducto seminal que permitió a los nabateos fecundar las secas tierras del sur de Jordania. Aquí plantaban sus jaimas, en un decorado de construcciones fabulosas que dan formas fantásticas a las montañas. Los arquitectos nabateos convirtieron en reales unas tumbas imaginarias, creadas como una puerta material entre la vida terrena y la celestial. El sepulcro de Aarón, hermano de Moisés, domina en su soledad el caprichoso entrelazado urbano que convierte los sueños febriles del desierto en húmedos rincones del paraíso. [. . .] El fino hilo de la vida es aquí más tenue que en ningún otro lugar, pero debajo de cada piedra hay una
sorpresa para quien sepa encontrarla. El desierto hipnotiza al observador más frío y sepulta a las más orgullosas civilizaciones. Aquí
la única verdad la dictan los elementos y ningún otro dios decide por nosotros. El velo de Oriente se cierra detrás nuestro y leemos
la última frase de un cuento de esos que sentimos acabar. ![]() La flor desterrada En el verano de 2008, el periódico asturiano El Comercio publica una serie de artículos de los viajes de Rubén Figaredo por las fiestas de los pueblos del norte peninsular, lugares que durante el resto del año parecen dormidos, allí, su aguda percepción siempre encuentre gente y lugares con una historia peculiar. Lucrecia es dominicana, de color café y caderas de las que prometen vida, se marchó de su sol y cambió el Caribe por
las pendientes verdes de Pisueña, la incertidumbre por la seguridad, y el acento cantarín por el silabeo recio de un mocetón montañés.
Lucrecia no baila, pero eso sólo es una realidad aparente. Cuando atacamos nuestro pase latino el merengue le da en la frente y la cumbia
reanima sus días de luz tropical, que se agolpan en unos ojos que buscan horizontes donde sólo hay riscos. Su hombre fuma indiferente a una
distancia lejana al abrazo. Me apetece saltar del escenario a mover con ella su nostalgia hasta que se disuelva en el aire pasiego, apretar
su cuerpo y que broten las lágrimas retenidas, recordarle que todos tenemos derecho al aquí y ahora aunque seamos flores sin tierra, el
resto de lo que un día fuimos en espera de la primavera. El elefante enamorado Al final todo es más sencillo, las escalas no dejan de ser escaleras de sonidos, es lógico que estas fueran empinadas porque nos llevarían muy arriba, y el ritmo es la respiración de la música, ese sexto sentido desconocido que no sabemos subdividir ni matizar porque en occidente solo respiramos para no morirnos asfixiados. [. . .] Durante el concierto, Pedro y yo nos sumamos al final, aparte de ensoñar y gozar del paraíso de los elefantes enamorados,
me acordé de los cuentos orientales en los que un maestro le pide a su alumno una prueba antes de concederle un determinado conocimiento.
Estas tareas siempre me parecieron, al resguardo de mi sillón, deberes sencillos que cumplir, pero en esta ocasión me estaba enfrentando
a un examen similar y sólo sentía el mismo pánico del adolescente que quiere saciar a su amada en la primera cita. ![]() |
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